Son las 9:30 de la mañana en punto. Sentada frente a una mesa abarrotada de tesoros, Alicia frota sus manos recién perfumadas con crema. Enciende una luz más y ceba un mate. Respira profundo y toca la pantalla para comenzar una nueva transmisión. Del otro lado una veintena de personas esperan el aviso. Ansiosos como ella, pero inmersos en tareas de las más variadas: quien desayuna, quien viaja hacia su trabajo, quien se esconde de sus jefes para estar presente, aunque sea un ratito y saludar.
Desde hace ya cuatro años, mil cuatrocientos sesenta y un días, ese local de Lanús que creció casi a la par de la audiencia, es el punto de encuentro virtual de gente de todas las edades y de distintos puntos del país. Alicia lleva la voz cantante. Con la experiencia que solo el tiempo sabe dar, maneja no solo la venta de las antigüedades, sino también el ánimo, las dudas y hasta algún desacuerdo que surge entre su público, siempre fiel.
Una virtualidad algo tirana hará que algunos pierdan, otros ganen; algunos refunfuñen, otros salten de alegría. Aparece gente nueva, se le da la bienvenida. Reaparece algún cliente, se celebra el reencuentro. Comparten sus alegrías, comunican sus tristezas, se hacen parte, sin notarlo, de la cotidianidad de los demás. A la hora de comer, festival de cubiertos y platos. A los postres, un sorteo. Bueno, dos. O tres, o cuatro. Que sean veinte. Con las manos siempre abiertas, Alicia sabe enviar caricias en todas las direcciones. Del otro lado, sus autoproclamados “Alicitos” prodigan compañía, algún piropo y hasta algún chiste. Tertulia virtual, quien dijera.
Ver un vivo de Alicia se ha transformado paulatinamente en parte de su vida y de sus actividades. No faltará mucho tiempo para comenzar a ver a alguno de ellos transmitiendo junto a Ali desde su mesa, rompiendo con lo virtual y transformando en calor real ese abrazo a la distancia. Secretarios súbitos de un sistema del que se ha oído decir: “¡Qué desastre!” y que luego otros han replicado.
A lo largo de las horas, que suelen ser entre seis y ocho, pasará de todo. Vendrá el chico a dejar agua. Tocarán el timbre varias veces, llegará el almuerzo de Ali y de las chicas que embalan (sí, se almuerza en vivo) y hasta se verá interrumpida por el compratutti que pasa a los gritos con su megáfono por la avenida.
Alicia se levantará a atender y, a la voz de algún asistente, todos dejarán en el chat una catarata de corazones violeta, insignia íntima e identitaria de la anfitriona.
Hablan mucho, compran más. El contador de espectadores pisa los 50. Alicia comienza una feria de descuentos que es más un “sale o sale”. Con su carisma especial, logra que todo bolsillo encuentre un tesoro que llevarse a casa.
Con el tiempo llegaron cosas que fueron más allá la mera venta de vajilla: las mesas de té con clientas y amigas, los poemas y cuentos de cada viernes, las videollamadas en vivo con algunos de sus Alicitos más fieles. Todo fue generando lazos profundos con una comunidad que buscaba mucho más que los precios que la hicieron famosa. Lejos está esa Alicia, que hace exactamente cuatro años, mil cuatrocientos sesenta y un días, miraba nerviosa hacia un costado, saludando a cámara y diciendo “veremos si funciona”, como lanzando al aire un decreto, algo característico en ella desde siempre. Estaba segura, en el fondo, de que no se equivocaba.
Me permito en este punto traicionar por primera y única vez, mi objetividad. Creo que lo amerita.
Ali querida, sé que hablo por todos cuando escribo estas palabras. Este logro que genuinamente haces colectivo, nace sin lugar a dudas de un salto a lo desconocido, de animarse, de salir de la zona de confort. En todo este tiempo transcurrido, y desde los distintos lugares que hube de ocupar gracias a vos, es la enseñanza que más atesoro porque la pude apreciar desde tu propia experiencia. Felicidades por todo el trabajo, el crecimiento, y por qué no, el reconocimiento que has alcanzado en este tiempo. Gracias por siempre dar, por ser una mano abierta, la llave a un cofre hermoso lleno de tesoros, pero sobre todas las cosas, lleno de seres maravillosos que se conocieron a través de tu trabajo y debido a tu apuesta. Seguí respirando hondo antes de comenzar el vivo. Seguí cambiando las vidas de quienes llaman a tu puerta. Acá estamos tus Alicitos, tuyos y de nadie más, colgados del alambrado como te digo siempre, al acecho en tiempos de feria (por qué negarlo) pero, sobre todo, de cazar al vuelo alguno de esos abrazos, que soltás al viento a cada rato, camuflados entre un puñado de corazones color violeta…
¡Te amamos!
Tus Alicitos.